25/7/08

La Tierra al centro del universo

El Génesis nos relata, más o menos, como fueron los primeros días de la creación. Es cierto que la Biblia es la Palabra de Dios. De hecho, fue inspirada por Dios, pero Él no la escribió de su “puño y letra”. La escribieron hombres. Seres humanos imperfectos como todos nosotros. Y obviamente, escrita de manera que la gente de aquella lejana época la pudiera entender. Jesús mismo citaba pasajes de las “Escrituras”, lo que quiere decir que ya existía el Antiguo Testamento cuando a nuestra humilde Tierra le tocó el turno de recibir la visita del Mesías. Analicemos, entonces, las primeras líneas del primer libro de la Biblia:

Dijo Dios: Haya luz y hubo luz. Dios vio que la luz era buena y la separó de las tinieblas. Dios llamó a la luz “Día” y a las tinieblas “Noche”. Y atardeció y amaneció el día “Primero”.

En el primer día de la Creación atardeció y amaneció. Atardecer implica una puesta de sol o un sunset. Amanecer implica una salida de sol. Una puesta de sol necesita, obviamente, de un “sol”. Pero el sol fue creado, según el Génesis, el día cuarto: “Hizo pues, Dios, dos grandes lámparas…”. ¿Cómo, entonces, amaneció y atardeció sin existir aún el sol? Como decía, la Biblia fue escrita para que se entendiera y nunca pretendió ser un tratado de ciencias y jamás iremos a contradecir lo que dice. No estamos poniendo en tela de juicio los relatos que en ella aparecen. Pero, si se analiza bien, tampoco está tan equivocado el relato del Génesis, aunque se deja para otra oportunidad la discusión del tema. A lo que queremos llegar es que desde un inicio se cree que “Primero la Tierra, luego el Sol”. Primero la Tierra para que el Sol gire en torno a ella ¡porque yo vivo en la Tierra y tengo que estar en el centro!

El astrónomo griego Claudio Tolomeo, dos siglos después de Cristo, seguía afirmando que la Tierra estaba inmóvil y que se encontraba en el centro del Universo. El sol, la luna y los demás planetas describían complicadas órbitas alrededor de ella. Y vaya que eran complicadas, como se puede ver en la figura de la derecha. A los pequeños círculos que trazaban los planetas los llamó epiciclos y era el movimiento retrógrado que éstos hacían al girar alrededor de la Tierra. El movimiento retrógrado era necesario puesto que desde la Tierra se veía a Marte, por ejemplo, que unos días avanzaba y otros retrocedía.

Esta teoría fue muy bien aceptada por todos los sabios de la época. Incluso las autoridades religiosas la aceptaron. La Tierra estaba en el centro y los demás astros giraban en torno a ella. No importaba si para hacerlo debían seguir caprichosas órbitas. La Tierra bien merece el esfuerzo.

El sistema de Tolomeo, o sistema geocéntrico (yo invertiría la posición de las dos primeras letras) mantenía entonces a la Tierra al centro (no podía ser de otra forma) y la Luna era el astro que se encontraba más cerca. Luego se encontraban Mercurio, Venus, El Sol, Marte, Júpiter y Saturno, seguidos por las estrellas inmóviles. En esa época aún no se conocían Urano, Neptuno ni Plutón. Y aún en esta época hay gente que sigue pensando que estamos en el centro.

En realidad, este aparente movimiento retrógrado se debe a que ambos, Tierra y Marte, giran alrededor del Sol, y la Tierra más cerca de éste que aquél. Si Marte está “más adelantado” que la Tierra, se ve que avanza. Una vez que la Tierra lo alcanza, Marte aparenta estar detenido. Y cuando la Tierra lo adelanta, Marte retrocede. Analice la siguiente secuencia gráfica:



A Dios no le gusta complicarse la existencia. A Él le gustan las cosas simples. Recién en el siglo XV, el astrónomo polaco Nicolás Copérnico se dio cuenta de este hecho y de que no somos ni estamos en el centro. Era el Sol el que estaba en el centro. Y la Tierra y todos los planetas giraban en torno a él. Simple ¿cierto? Definitivamente no, en ésa época. La Tierra era el centro y quien decía lo contrario o estaba loco o era un hereje. De hecho, la idea de que era la Tierra la que se mueve no fue aceptada por la Iglesia y Copérnico, a lo mejor por temor, no hizo pública su teoría. Sin embargo, el italiano Galileo Galilei y el alemán Johannes Kepler sí la aceptaron. En el año 1616, los libros de Copérnico fueron censurados y los jesuitas ordenaron a Galileo que no defendiera dicha teoría. Sin embargo, la Inquisición lo procesó bajo el cargo de “sospecha grave de herejía”.

Lo cierto es que recién en el siglo XVII, con la aparición del matemático y físico inglés Isaac Newton y su Teoría de la Gravedad, algunos empezaron a aceptar la Teoría Heliocéntrica (Helio = sol). Los primeros países en aceptarla fueron Gran Bretaña, Francia, Países Bajos y Dinamarca. Tuvo que pasar un siglo más para que los demás países de Europa la aceptaran.

Hoy, quien esté en contra de la teoría de Copérnico, sería acusado de “sospecha grave de locura”. La Iglesia Católica, en 1979, abrió una investigación sobre la condena eclesiástica de Galileo y en 1992 El Vaticano reconoció su error.

Entonces La Tierra lleva ya poco más de tres siglos sin ser el centro del universo. Pero no importa, con tal que el Sol sí lo sea. Otra desilusión. El Sol tampoco está en el centro. De hecho, el universo no posee “centro”.

La próxima semana: Somos uno más del montón.

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